lunes, 10 de noviembre de 2008

LIBRO III: LOS VIAJES DE ENEAS

Una vez que a los dioses de Arriba les pareció bien destruir injustamente el poderío de Asia y al pueblo de Príamo y cayó la soberbia Ilio y despide de su suelo oleadas de humo toda la Troya de Neptuno, nos vemos empujados por los augurios de los dioses a buscar lejanos destierros y tierras abandonadas y al pie de la misma Antandros y de las cumbres del Ida frigio construimos una flota y, sin saber a dónde se nos permitiría establecernos , reunimos a los hombres. Apenas se habían dejado ver los primeros días del verano y mi padre Anquises ordenaba tender las velas a los destinos, cuando abandono llorando las playas de mi patria, el puerto, y los campos donde se alzó Troya. Me dirijo desterrado hacia alta mar con mis compañeros y mi hijo y con nuestros Penates, los dioses.




A cierta distancia extiende sus cultivos la tierra de Marte, de amplias llanuras (la trabajan Tracios), sobre la que en otro tiempo reinó el enérgico Licurgo, y con la que Troya había mantenido una antigua hospitalidad y había asociado sus Penates mientras nuestra fortuna se mantuvo. Llego a este lugar y, caminando bajó el influjo de desfavorables destinos, en sus sinuosas riberas levanto las primeras murallas y, tomándolo del mío, doy a sus habitantes el nombre de Enéadas.
Después en cuanto el mar nos inspiró confianza y los vientos nos ofrecieron aguas en calma y el Austro con suave murmullo nos llamó a alta mar, mis compañeros sacan al mar las naves y llenan la ribera. Salimos del puerto y las tierras y las ciudades van quedando atrás. En medio del mar se eleva una tierra sagrada muy grata a. la madre de las Nereidas, y a Neptuno Egeo, que el dios que maneja el arco, agradecido, permitió que fuese habitada y pudiese despreciar a los vientos, inmovilizándola, cuando ella andaba errante en torno a las costas y a las orillas y la ató a la elevada Mícono y a Gíaros. Me dirijo a este lugar: ella nos acoge fatigados, brindándonos la tranquilidad de su negro puerto. Una vez desembarcados, saludamos con veneración la ciudad de Apolo.
El rey Anio, rey de hombres y al mismo tiempo sacerdote de Febo, con sus sienes ceñidas con cintas y sagrado laurel nos salió al encuentro; reconoció a su viejo amigo Anquises. Unimos nuestras diestras en señal de hospitalidad y entramos en su palacio.
Se extiende rápidamente la noticia de que el rey Idomeneo, expulsado del reino paterno se ha marchado y de que las playas de Creta están desiertas, de que el país está libre de enemigos y de que las casas se encuentran vacías. Abandonamos el puerto de Ortigia, surcamos volando el piélago, y costeamos Naxos, en cuyas cimas celebran sus sacrificios las Bacantes, y la verde Donusa, Oléaros y la nívea Paros y las Cícladas esparcidas por el mar, y recorremos los estrechos sembrados de numerosas islas. Comienzan a oírse gritos que los marineros lanzan a porfía : “ Dirijámonos a Creta y a las tierras de nuestros antepasados” dicen mis compañeros. El viento, soplando de popa nos empuja en nuestra marcha y por fin, llegamos a las antiguas costas de los Curetes. Ansioso, comienzo a levantar los muros de la deseada ciudad y le doy el nombre de Pérgamo, y exhorto a mi pueblo, al que este nombre produce alegría, a amar sus hogares y a levantar para su refugio una ciudadela.
Y ya casi las naves se hallaban en seco, varadas en tierra y la juventud se ocupaba de concertar ma­trimonios y de las nuevas tierras y yo les daba leyes y moradas, cuando repentinamente, debido a que la atmósfera del país estaba infectada, una peste des­tructora y terrible y un año mortífero se abatieron sobre nuestros miembros, sobre los árboles y sobre los sembrados. Los hombres abandonaban la dulce vida o arrastraban sus cuerpos enfermos: Sirio abrasaba los estériles campos, la hierba se secaba y la mies pútrida nos negaba el alimento. Mi padre nos aconseja que, surcando de nuevo el mar, vayamos a consultar el oráculo de Ortigia y a Febo, y a pedirle compasión y que nos comunique qué término ha se­ñalado para aquella fatigosa situación, de dónde nos ordena tratar de obtener ayuda para nuestros sufrimientos y a dónde debemos dirigir nuestro curso. Era de noche y en las tierras el sueño dominaba a los vivientes. Me pareció que, mientras me hallaba dormido, se presentaban ante mis ojos, resplande­cientes en medio de abundante luz allí donde la luna llena penetraba por las ventanas practicadas en el muro, las sagradas imágenes de los dioses y los Pe­nates frigios que yo había sacado conmigo de Troya y había rescatado de entre las llamas de la ciudad; entonces hablaban así y trataban de calmar mí in­quietud con estas palabras: «Lo que Apolo iba a comunicarte una vez que hubieses regresado a Ortigia, te lo vaticina aquí y he aquí que él voluntariamente nos envía a tu casa. Nosotros que después de incendiada Troya te hemos seguido y hemos seguido tus armas, nosotros que bajo tu guía hemos surcado en las naves el mar enfurecido, nosotros mismos elevaremos hasta los astros a tus futuros nietos y daremos el imperio a su ciudad. Tú prepara para los que han de ser grandes, grandes murallas, y no rehuyas el largo sufrimiento de la huida. Has de cam­biar de morada. El dios de Delos no te ha recomenda­do estas costas ni te ha ordenado establecerte en Cre­ta. Hay un lugar al que los griegos llaman Hesperia, tierra antigua, poderosa por sus armas y por la fer­tilidad de su suelo; la habitaron los Enotrios; ahora se dice que sus descendientes, dándole el nombre de su jefe, le han llamado Italia: ésta es nuestra verdadera morada, de aquí salieron Dárdano y el venerable Jasio, fuente de donde procede nuestra raza. Vamos, levántate y alegre comunica a tu anciano padre estas palabras de las que no debe dudar: que busque Corinto y las tierras de Ausonia. Júpiter te niega los campos Dícteos». Atónito por tal visión y por las palabras de los dioses (aquello no era un sueño, sino que reconocía sus rasgos, las veladas cabelleras y sus rostros presentes ante mí; entonces un sudor helado corría por todo mi cuerpo), salto rápidamente del lecho y tiendo al cielo mis manos suplicantes y mi voz, y vierto sobre el hogar ofrendas de vino puro. Gozoso por haber cumplido con este rito informo a Anquises y le expongo punto por punto lo ocurrido. Reconoce la ambigüedad de nuestra descendencia y la existencia de dos antepasados, y que de nuevo se ha engañado con respecto a nuestra antigua patria. Entonces dice.: «Hijo, a quien los destinos de Troya han puesto a prueba, solamente Casandra me vaticinaba sucesos tales. Ahora recuerdo que afirmaba que esto estaba reservado a nuestra raza y que hablaba a menudo de Hesperia y del reino de Italia. Pero, ¿quién iba a creer que los Teucros llegarían a las costas de Hesperia?,o ¿á quién podía mover entonces la profetisa Casandra? Cedamos a Febo y advertidos por él sigamos mejores caminos». Así dice y todos entusiasmados obedecemos sus órdenes. Abandonamos también esta morada, y después de dejar allí unos pocos de los nuestros desplegamos velas y recorremos la vasta superficie del mar con nuestras hondas naves.
Cuando las embarcaciones llegaron a alta mar y ya no se veía ninguna tierra, cielo por todas partes y por todas partes mar, entonces una nube oscura se detuvo sobre mi cabeza trayendo la noche y la tempestad y las aguas se erizaron en las tinieblas. Inmediatamente los vientos revuelven el mar y se levantan grades olas, y como lanzados, desparramados por un vasto remolino; las nubes ocultaron el día y la noche húmeda nos arrebató el cielo, los relámpagos rasgando las nubes se suceden. Fuimos desviados de nuestro camino y anduvimos errantes en medio de las olas tenebrosas.
Salvado de las olas, las costas de las Estrófades son las primeras que me reciben. En el gran mar Jónico se encuentran situadas las islas que reciben el nombre griego de Estrófades, en las que viven la cruel Celeno y las otras Harpías, desde que la casa de Fineo se les cerró y por temor abandonaron las mesas que hasta entonces habían frecuentado. No hay monstruo más terrible que ellas, ni se levanta de las olas del Estige una peste y una cólera de los dioses más cruel. El rostro de estas aves es de doncella, las deyecciones de su vientre son repugnantes, sus manos corvas y su faz siempre está pálida de hambre.
Cuando empujados hasta allí penetramos en el puerto, he aquí que vimos en las llanuras aquí y allá, grasos rebaños de bueyes y un grupo de cabras sin ningún guardián entre la hierba. Nos lanzamos sobre ellas con las armas en la mano e invitamos a los dioses y al mismo Júpiter a tomar parte en el botín; después en la recortada costa levantamos unos lechos y comimos aquellos deliciosos manjares. Pero de repente, con horrible descenso, llegan de lo alto de los montes las Harpías y baten sus alas con gran ruido; se llevan nuestras viandas y ensucian todo con su inmundo contacto. Entonces se oyó su siniestra voz en medio de aquel olor pestilente. De nuevo, en un espacioso lugar apartado, bajo una hueca roca, rodeados de árboles y ásperas sombras, preparamos las mesas y volvimos a poner el fuego en los altares; otra vez desde otra región del cielo y desde sus oscuros escondrijos la ruidosa turba vuela en torno al botín, con sus curvos pies y mancha con su boca los manjares. Entonces digo a mis compañeros que cojan las armas y que hay que hacer la guerra contra aquella raza temible. Ellos hacen lo que les ordeno y colocan las espadas de forma que queden cubiertas por la hierba y ocultan sus escudos. Y cuando en su vuelo dejaron oír su graznido a lo largo del sinuoso litoral, Miseno desde lo alto de una atalaya da la señal con la trompeta. Mis compañeros atacan e intentan aquel combate nuevo para ellos y tratan de herir con su espada a aquellas aves siniestras de mar. Pero sus plumas no reciben ningún golpe ni su espalda ninguna herida, y volando en rápida huída bajo los astros, abandonan el botín medio comido y sus inmundos excrementos. Una sola, Celeno, profetisa funesta, se detuvo en lo alto de una roca y dejó salir de su pecho estas palabras : “ ¿ La guerra por haber matado a nuestros bueyes y haber derribado a nuestros novillos, descendientes de Lomedonte, os disponéis hacernos la guerra y a expulsar del reino paterno a las harpías inocentes? Pues escuchad y fijad bien en vuestra mente este vaticinio que el Padre todopoderoso predijo a Febo y Apolo Febo a mí, y yo, la mayor de las furias, os anuncio a vosotros. En vuestro recorrido tratáis de llegar a Italia y llegaréis a Italia después de invocar el favor de los vientos y podréis penetrar en sus puertos; pero no rodearéis con murallas la ciudad que os está destinada hasta que una terrible hambre y el castigo por la matanza, que contra nosotras habéis intentado os obligue a devorar las mesas, rompiéndolas con vuestros dien­tes». Dijo y remontándose con la ayuda de sus alas huyó al interior del bosque. Un súbito temor cuajó la sangre helada de mis compañeros; los ánimos se abatieron y no quieren ya obtener la paz con las armas, sino con votos y súplicas, ya se trate de unas diosas, ya de funestas y siniestras aves. Y mi padre Anquises en la orilla con las manos tendidas hacia el cielo, invoca a las grandes divinidades y prescribe los sacrificios merecidos: «Dioses, alejad de noso­tros estas amenazas; dioses, apartad de nosotros semejante desgracia y propicios, preservad a quienes han sido piadosos» A continuación ordena soltar amarras y aflojar el cordaje sacudiéndolo. Los No­tos ponen tensas las velas; huimos a través de las olas espumosas en la dirección que nos marcan el viento y el piloto. Comienzan a verse ya en medio del oleaje la nemorosa Zacinto, Duliquio, Samos y las escarpadas rocas de Nérito. Sorteamos los esco­llos de Itaca, reino de Laertes, y lanzamos maldi­ciones contra la tierra que alimentó al fiero Ulises. Se muestran después a nuestros ojos las sombrías cumbres del promontorio de Leucade y el templo de Apolo temido por los navegantes. Cansados nos encaminamos a éste y nos acercamos a la pequeña ciudad; el áncora es echada desde la proa y las naves se alinean en la costa.
Habiendo alcanzado por fin, en contra de lo que esperábamos, tierra, nos purificamos en honor de Júpiter, quemamos sobre los altares las ofrendas prometidas y celebramos con unos juegos iliacos las riberas de Actio. Mis compañeros desnudos y ungidos con aceite practican la lucha patria; es para ellos un motivo de alegría haber conseguido escapar de tantas ciudades argólicas y haber logrado la huida a través de los enemigos. Entretanto el sol termina de describir el gran círculo del año y, el frío invierno embravece las olas con ayuda del Aquilón. Suspendo en las puertas de entrada al templo el cóncavo escudó de bronce que había llevado el gran Abante y grabo como testimonio de ello la siguiente inscripción: «ENEAS DESPOJÓ DE ESTAS ARMAS A LOS DANAOS VENCEDORES» Des­pués doy orden de abandonar el puerto y de que los remeros ocupen su puesto en los bancos. Mis compañeros a porfía hienden el mar y arrastran consigo las aguas. En seguida perdemos de vista las elevadas fortalezas de los Feacios, costeamos las riberas del Epiro, penetramos en el puerto_Caonio, y nos encaminamos a la alta ciudad de Butrotis.
El mar nos llevó hasta los cercanos montes Ceraunios, desde donde el camino hacia Italia y el recorrido a través de las olas es más breve. EL sol entretanto corre y los oscuros montes se cubren de sombra. Nos tendemos junto a la orilla en el rega­zo de la tierra ansiada, sorteamos la guardia junto a los remos y reponemos por doquier nuestros cuerpo en la seca arena; el sueño se apodera de nuestros miembros agotados.
Ya la Aurora, después de haber puesto en fuga a las estrellas, tomaba un tinte rojizo, cuando vemos a lo lejos oscuras colinas y la tierra poco ele­vada de Italia. Italia, grita el primero Acates. Italia, saludan mis compañeros con alegre clamor. Enton­ces mi padre Anquises ciñe con una corona una gran crátera y la llena de vino, y de pie en lo alto de la popa invoca a los dioses.
Sin tardanza, después de haber cumplido según el orden acostumbrado con nuestros piadosos debe­res, volvemos hacia alta mar los cabos de las vergas cubiertas por las velas y abandonamos las moradas de los griegos y aquellas tierras sospechosas. Desde allí se ve el golfo de Tarento, ciudad fundada (si es cierta la tradición) por Hércules; en frente se alza el templo de Juno Lacinia, la ciudadela de Caulón y la procelosa Escilacea. Después a distancia se dis­tingue surgiendo del mar el Etna siciliano y oímos a lo lejos el enorme rugido del mar, los golpes que éste da sobre las rocas y las voces del oleaje que van a romper contra la costa.
Entretanto, con el sol, el viento nos abandonó fatigados, y sin conocer el camino llegamos a las costas de los Cíclopes. Al abrigo de los vientos el puerto es tranquilo y espacioso; pero cerca truena el Etna con espantosas erupciones y lanza a veces en dirección al cielo una sombra negra que despide un torbellino de pez y de ceniza caliente, y levanta remolinos de llamas y roza las estrellas, y se alza en ocasiones vomitando rocas y las entrañas arrancadas de la montaña y con un rugido amontona en los aires rocas fundidas y se agita en lo profundo del abismo.
Apenas había acabado de decir esto, cuando ve­mos en lo alto del monte al pastor Polifemo en per­sona, moviéndose con su enorme mole en medio de sus ovejas, dirigirse a la playa conocida, monstruo horrible, deforme, gigantesco, al que le había sido arrancado su ojo. Una desgajada rama de pino guía su mano y da apoyo a sus pasos; le acompañan sus lanosas ovejas; éstas son su único placer y consti­tuyen el único consuelo de su mal.
Un miedo terrible nos empuja a sacudir precipitadamente el cordaje en cualquier dirección y a dar velas a los vientos favorables. En cambio las órdenes de Heleno nos dicen qué no nos dirija­mos hacia Escila y Caribdis (entre una y otra hay casi el mismo riesgo de morir). Lo más seguro es retroceder. Pero he aquí que soplando desde el es­trecho de Peloro llega el Bóreas. Dejo atrás la de­sembocadura de roca viva del Pantagia, el golfo de Mégara y Tapso situada junto al mar. Tales costas, recorridas por él en sentido inverso, nos mostraba al recorrerlas de nuevo Aqueménides, el compañero del desgraciado Ulises.
A la entrada del golfo Sicanio, frente a Plemurio batido por el oleaje, se extiende una isla a la que sus primeros pobladores llamaron Ortigia. Dicen que aquí se abrió un camino misterioso bajo el mar el río de Elide Alfeo, que ahora, Aretusa, se mezcla en tu fuente con las olas de Sicilia. Adoramos como se nos había ordenado a las grandes divinidades del lugar y dejo después atrás las ricas tierras del es­tancado Heloro. A continuación costeamos las altas rocas y los avanzados peñascos de Paquino y ve­mos a lo lejos Camerina, a la que los hados no han permitido liberarse nunca, y los campos de Gela y Gela llamada con el nombre de su impetuoso río. Luego muestra a lo lejos sus enormes muros la ele­vada Acragas, nodriza en otro tiempo de nobles ca­ballos; y bajo el empuje de los vientos te dejo a tí, Selino cubierta de palmeras, y veo los crueles bajíos de Lilibeo sembrados de rocas invisibles. Des­pués me reciben el puerto de Drépano y su estéril costa. Aquí, después de haber sido empujado por tantas tempestades, pierdo, ay, a mi padre Anquises, el consuelo de todas mis preocupaciones y desgra­cias. Aquí me dejas fatigado tú, el mejor de los pa­dres, ¡av!, en vano arrebatado a tan grandes peli­gros.

Latín de 1º

Ab urbe condita .

(1)Poeta Vergilius fortunam Troiae fugamque Aeneae narrat. Nautae Graeci sollertia procellas vitabunt et ad Troiam navigabunt. (2)Graeci Troiam obsident. Troiani et Graeci diu pugnabunt.
Graeci equum faciunt. Graeci intus latent et equum ante portas oppidi collocant. (3)Graeci autem deponere arma simulant atque in insulam Tenedum navigant. Dei Troianos deserunt. Troiani, igitur, dolis Graecorum credunt.(4) Pueri et puellae sacra canunt et equum contingere gaudent. Equus in porta oppidi substitit atque arma sonitum utero dant. Troiani autem instant et monstrum in oppido sistunt.(5) Noctu Graeci alveum equi aperiunt atque Troiam ira et flammis expugnant.

(6)Aeneas oppidum defendere maturabit. Sed dea Venus Aeneam in oppido invenit et cum familia amicisque Troia effugere suadet. Aeneas e patria fugit et deae Minervae statuam portat.
(7)In insula Creta castra ponunt. Tum in somnis Aeneas audit: “ In Italia curarum terminum invenietis. Ibi in concordia habitabitis et oppidum munietis”.
(8)Castra movent et ad Italiam navigant. Aeneas in Siciliam properat. Aetna Troianos terret et a Sicilia fugiunt.(10) Tum Iuno, regina deorum, ventos mittere Aeolum cogit.(9) Sed oras Africae veniunt et castra ponere non dubitant. Aeneas loca explorare incipiet. Tandem Venus Aeneae oppidi viam monstrat. Aeneas in Africa cum regina manet et Dido Aeneam amare incipit. Tum Iuppiter Mercurium nuntium ad Aeneam mittit et ad Italiam navigare imperat. Dido vitam amittit. Aeneas in Latio patriam invenit.
(11)Aeneas Turnum vincit. Ita ad terminum periculorum venit. Ibi, in Latio, Lavinium oppidum condit. Postea Iulus, filius Aeneae, Albam Longam condet.
(12)Proca, rex Albanorum, duos filios habet. Numitori ( a Numitor) regnum relinquit, sed Amulius tyrannum et filiam tyranni patria expellet.(13) Deus Mars Rheam Silviam amabat et geminos, Romulum Remumque, habebit.
Amulius filios Rheae Silviae videt, pueros capit et pueros in aquas fluvii iactare iubet.(14) Sed undae ad ripam pueros portant et in sicco relinquunt. Filii Rheae Silviae plorant. Tum lupa vagitum filiorum audit, in speluncam portat, mammas praebet et pueros alit.
(15)Faustulus pueros cum lupa in silva invenit et in domum filios Rheae Silviae portat. Romulus et Remus cum Faustulo feminaque vivent.
(16)Romulus et Remus Amulii facta audient. Tum regiam Amulii oppugnant et Amulium occidunt. Postea avum Numitorem in regnum restituent et Romam prope casam Faustuli condent.
(17)Deinde regni desiderium intervenit et a deis consilia petunt. Dei Romulum adiuvant. Tum Romulus Remusque pugnant et Remus cadit.
(18)Alia fabula ita narrat: Romulus aratro Romae muros designat; sulcum transilere interdicit. Sed Remus iussis non paret et Romulus Remum gladio necat. Itaque Romulus Romanos reget.